En febrero de 1960, el recién fundado Cineclub Irún (CCI) dirigió una carta al Festival de San Sebastián para invitar a su entonces director, Antonio de Zulueta y Besson, a colaborar en la revista editada por la propia organización sobre su programación mensual.

Zulueta responde con esta carta en la que celebra la existencia e incansable labor de los cineclubes guipuzcoanos, que “en anonimato y en duras condiciones económicas”, se dedican al intercambio de conocimientos cinematográficos y a la formación de públicos. La carta es un importante gesto de mutuo reconocimiento: el certamen garantizaba a los organizadores de distintos cineclubes y centros culturales el acceso a sus proyecciones y publicaciones y reconocía a su vez la necesidad de nutrirse de las audiencias educadas a lo largo del año por estas mismas asociaciones cinematográficas.

Impulsado por Jorge Oteiza y Néstor Basterretxea, el Cineclub Irún fue un pilar fundamental en el panorama cultural vasco. Un punto de encuentro y reflexión para cineastas, músicos, escritores y artistas plásticos como Rafael Ruiz Balerdi, Menchu Gal o Amable Arias y de fructíferos intercambios con otros cineclubes como los de Errenteria, Pasajes o Azpeitia. Pero también un espacio sociopolítico debido a su enclave fronterizo: un lugar desde el que imaginar la confección de redes internacionales en un momento de grandes restricciones de libertad.

Su vocación formativa y su capacidad para congregar diversas expresiones estéticas allanaron el terreno para la creación de numerosas muestras, programas y seminarios, como la I Jornada de Cine para niños, el Certamen de cine amateur o la celebración en octubre de 1961 de la I Semana de arte, una de las experiencias colectivas más efervescentes en la trayectoria del cineclub, que arrojó al centro discusiones entorno al presente y el futuro del arte vasco contemporáneo.