El cineasta estadounidense Nicholas Ray – reivindicado por Jean-Luc Godard como el cineasta con quien comienza la verdadera modernidad – visitó en dos ocasiones el Festival de San Sebastián. La primera lo haría en 1964 como integrante del Jurado Internacional de la 12ª edición del certamen – coincidiendo con el estreno en Sección Oficial de America, America (1963) de su mentor Elia Kazan. Una década después, regresaría como presidente del Jurado Internacional con todos los honores: la programación de un ciclo retrospectivo dedicado a su obra y el acompañamiento de una publicación monográfica. Para este homenaje, el propio Ray dirigió una carta a Miguel de Echarri con una propuesta para el ciclo en la que omitió la inclusión de películas como A Women’s Secret (1949), Flying Leathernecks (1951) y Run for Cover (1955). Pese al deseo de proyectar su película más experimental, la cinta colectiva We Can’t Go Home Again (1973), en la que Ray continuó trabajando hasta su muerte en 1979 y cuyo equipo, un grupo de alumnos del Harpur College, finalizaría de manera póstuma, el Festival no la incluyó en su programación.

El archivo del Festival registra una carta de 1965, remitida desde la desaparecida República Socialista de Yugoslavia, en la que Nicholas Ray dibuja un escenario apasionante: durante su paso por el certamen donostiarra de 1964 habría conocido y decidido contratar al operador de cámara que lo acompañaría en su próximo proyecto. Una película que nunca llegó a existir.

En un momento de grandes tensiones ideológicas suscitadas por la Guerra Fría, Nicholas Ray, alejado desde hacía algunos años de una industria que perdonaba todo excepto la disidencia, había establecido su residencia en Belgrado; en gran parte, debido a las ofertas que la productora serbia Avala Film le había hecho. De entre el catálogo de propuestas, Ray comenzó a trabajar intensamente en el largometraje The Doctor and the Devils, proyecto que lo llevó a declinar la invitación a asistir al 13º Festival de San Sebastián. Finalmente, por diversas razones, la mayoría de ellas relacionadas con problemas económicos de Avala Film, la película nunca vio la luz.

En los diez años que se sucedieron entre las dos visitas del cineasta al Festival de San Sebastián, Nicholas Ray apenas consiguió rodar un largometraje y, sin embargo, estos documentos revelan y trazan esa otra historia del cine: la de las películas inacabadas o inconclusas, la de los festivales como lugares fértiles para futuras colaboraciones y proyectos, la del cine que pudo ser.